STALISNAW LEM: UN DISCORDANTE ENTRE VISIONARIOS

Se cumplieron este mes 100 años del nacimiento de Stanislaw Lem, el escritor polaco conocido sobre todo por sus obras de ciencia ficción, aunque su obra es más vasta: cuentos, novelas, parodias, crítica literaria y ensayos autobiográficos, filosóficos y científicos componen su legado.

Nacido en Leópolis, por entonces Polonia –ahora sería ucraniano, como muchos habitantes de la Europa del Este cuyas fronteras nacionales cambiaron más de una vez durante su vida–, a pesar de estar ubicado en la periferia del campo literario angloparlante en que más éxito ha tenido el género de la ciencia ficción –sin contar los “inconvenientes” de escribir una lengua con menos traducciones que el inglés o las latinas europeas–, Stanislaw Lem es uno de los escritores de ciencia ficción más reconocidos internacionalmente, sobre todo a partir de la adaptación al cine de una de sus novelas, Solaris, de Tarkovski (1972)[1] –aunque al autor no le gustó el resultado–.

Ya no por las vicisitudes de su tierra natal –durante su vida ocupada por los nazis, puesta bajo la égida de la URSS y después fuera con la caída del Muro[2]– sino por mano propia, Lem es difícil de ubicar en la ciencia ficción, a la que supo considerar como “la rama hipotética de la literatura realista”[3]. El mismo Lem menciona las dificultades que causaba a sus estudiosos:

Como especialista proveniente de las Humanidades, [Jarzebski] se choca con las dificultades típicas de escribir sobre mí, en la medida en que lo que es integral a mis escritos es habitualmente inadecuado para el análisis crítico conducido desde una perspectiva puramente literaria. Esto es porque mis trabajos frecuentemente contienen un componente cognitivo, o futurológico-pronóstico, el cual de facto está fuera del alcance de los estudios literarios tradicionales[4].

En el mundillo del fandom –asociaciones y publicaciones del género–, Lem es conocido por un incidente bien del mundo de la Guerra Fría. En 1976 Lem habría sido expulsado de la SFWA (asociación de escritores de ciencia ficción de Estados Unidos), del que era miembro honorario, aparentemente por impulso del mismísimo Philip Dick, que poco antes había escrito una carta al FBI denunciando una “conspiración comunista” para hacer propaganda de esas ideas encabezada por Lem (con la participación, entre otros, de Darko Suvin, el crítico yugoslavo, y Fredric Jameson). La propia SFWA negaría que hubiera una expulsión (apuntaban a un tecnicismo para el cambio de categoría de la membresía), pero entretanto el escándalo había hecho que por ejemplo Ursula K. Le Guin renunciara a un premio otorgado por dicha asociación. Parte del entuerto parece estar relacionado con la fuerte crítica que Lem hiciera, en artículos críticos de esos años, de lo que llamaba el “gueto” de la ciencia ficción, especialmente en Estados Unidos. Paradójicamente, su artículo “Philip Dick: A visionary among charlatans” [Un visionario entre charlatanes] rescataba la obra de Dick, pero dentro de lo que consideraba un dispositivo adaptado y atrapado en las redes del mercado. En otro artículo decía que si los pioneros de la ciencia ficción, como Wells o Stapledon, habían desplegado su creatividad en la aún Terra incognita del género, sus sucesores (y allí incluía a la ciencia ficción inglesa “norteamericanizada”), son como “abejas, cada una de las cuales está construyendo una celda distinta en el panal pero cuyas celdas son similares. Esta es la ley de la producción en masa […] La ciencia ficción está sujeta a las rígidas leyes económicas de la oferta y la demanda”[5].

Lem señalaba además las contradicciones de oscilar entre regodearse en los espacios propios del fandom y a la vez querer ser considerados como parte de la “alta cultura” de manera vergonzante, manteniendo silencio sobre el trato diferencial que recibían de las editoriales “respetables” a las que querían pertenecer (producción a destajo, contratos con libertades absolutas para el editor de cambiar el contenido, tapas donde se anunciaban los números de venta, entre otras). No siempre había sido así. Lem señala que Wells o Cápek, por ejemplo, no eran considerados “solo” como autores de ciencia ficción, en cambio Stapledon, algunos años posterior, sí[6]. Esa división quedó sellada en los años 20, y no tiene que ver con la calidad de las obras en sí sino con cambios socioculturales traídos por el mercado, analiza Lem, pero es reforzada por las instituciones de la ciencia ficción que, cuando alguien como Dick pretendía sacar los pies del plato, era amonestado.

Con una amplia producción crítica, en la que se ocupó de definir lo que para él caracterizaba al género –y sus distintas tradiciones, disputando con teóricos no solo norteamericanos sino también europeos–, sus análisis siempre exceden el gueto: sus comparaciones con otras obras no se limitan al género sino a obras de la “literatura universal”, desde Swift y Cervantes a Kafka, Nabokov, la épica o Joyce, o la antinovela francesa de moda por entonces; y sus teorizaciones no solo ponían en discusión las premisas del estructuralismo aplicado a la literatura (al que le dedicó más de un dardo), sino a las tradiciones literarias y filosóficas previas, las formas en que los distintos géneros lidian con los problemas de representación, las condiciones sociales en los que triunfan unos sobre otros, la formación de clásicos y el olvido de ciertas producciones y, como ya mencionamos, las intervenciones del mercado, la Academia y los agrupamientos de escritores[7]. También, claro, de las condiciones propias de producción crítica y literaria del otro lado de la Cortina de Hierro: desde la censura o el poco acceso a las publicaciones fuera de Polonia –lo que lo llevó a cometer algunas injusticias–, pasando por la crítica de sus primeras novelas como simplistas e ingenuas, hasta producciones como las de los hermanos Strugatsky, caricaturas salvajes del régimen sovietizado que, cuando este aflojó un poco las cuerdas –tras la muerte de Stalin–, perdieron vitalidad y relevancia.

Darko Suvin, el crítico yugoslavo que ya es un clásico en los estudios del género –aunque polémico–, ubica a Lem en la “región más significativa” de la ciencia ficción, indistinguible en calidad de la escritura mainstream. Son variantes donde las “altamente sofisticadas analogías filosóficas-antropológicas” mantienen un “horizonte cognitivo”: “La cognición ganada puede no ser applicable inmediatamente, puede ser simplemente lo que posibilite a la mente a recibir nuevas longitudes de onda, pero eventualmente contribuye a la comprensión de los asuntos más mundanos”[8].

Tomado literalmente, el hincapié puesto por Suvin en el aporte cognitivo de la ciencia ficción puede asociarse a las definiciones de Lem en defensa del cariz científico del género. No tanto por las disquisiciones que incluye (que para Lem nunca deben separarse o creerse autosuficientes del estilo literario de una obra), sino por un “optimismo” cognitivo que valoraba en contra del escepticismo de un Bradbury o un Ballard:

De acuerdo a este principio, solo hay un remedio para el conocimiento imperfecto: mejor conocimiento, conocimiento más variado. De acuerdo a sus premisas, ese conocimiento existe y es accesible: la irracionalidad de la fantasía de Bradbury o Ballard niega ambas premisas. […] En vez de introducir entre las cualidades tradicionales de la escritura un nuevo equipamiento conceptual, tanto como nuevas configuraciones de hipótesis basadas en la imaginación intelectual, estos autores, mientras se sacan de encima el estigma de la ciencia ficción defectuosa y barata, de un tirón abandonan todo lo que constituye su valor cognitivo[9].

Pero Lem estaba lejos de ser un entusiasta del positivismo o un ingenuo defensor del progreso tecnológico. En Solaris se da cuenta de una enorme masa de “estudios solarísticos” que no llegaron a nada. En El congreso de futurología se ven los efectos políticos negativos de la psicoquímica y a científicos utilitarios y burocratizados. En los relatos de la Ciberiada, los especialistas en tecnología construyen máquinas sofisticadas que no sirven para nada, un poco a modo de los Bouvard y Pécuchet de Flaubert. Algo similar ocurre en Diario de las estrellas con los técnicos encargados del “mejoramiento de la Historia Universal”, que con sus errores extinguen especies enteras, aunque irónicamente algunos de sus experimentos serían exitosos, como aquel del científico que inventó el monoteísmo… En Golem XIV, las relaciones entre la supercomputadora que recibe ese nombre y los humanos está lejos de ser productiva o tranquilizadora. Otros autores han señalado cómo en La investigación (más cercana al policial), cada uno de los personajes que se dispone a resolver el enigma parte de una epistemología distinta, ninguna de las cuales logra su objetivo. En su ensayo sobre Dick y los charlatanes, Lem deja asentadas sus dudas con la idea de progreso:

… [un] optimismo confiado, convencido de la existencia de una frontera inviolable que separa lo que dañino para el Hombre de lo que lo beneficia. Actualmente comenzamos a sospechar que el concepto así establecido está perdiedo su relevancia, porque los rebotes dañinos del progreso no son componentes incidentales, fáciles de eliminar, accidentales, sino que son, más bien, ganancias obtenidas a tal costo como para, en algún momento del camino, liquidar toda la ganancia. Dicho brevemente, absolutizar el impulso hacie el “progreso” podría provarse como un impulso a la ruina.

La sátira y la ironía de muchos de los relatos de ciencia ficción del autor se desarrollan en lo que podría considerarse en género en sí mismo: el de los libros inventados. Lem mismo define su trayectoria en tres etapas (que no siempre se cumplen) en este sentido:

Creo que en el primer período de mi carrera escribí cosas puramente secundarias. En el segundo período (Solaris, El invencible), alcancé los límites de un campo que ya había sido casi completamente mapeado. En el tercer período –cuando escribí, por ejemplo, reseñas de libros no existentes y prólogos a trabajos que, como dije en una entrevista irónicamente, serían publicados “en algún momento en el futuro pero que no existían aún”–, dejé los campos ya explotados y abrí nuevos terrenos[10].

Lo cierto es que también en sus libros de ciencia ficción más clásicos está presente el juego con el plano de existencia y el origen de los escritos que estamos leyendo, como el Diario de las estrellas, presentado por un estudioso que tiene que argumentar contra quienes consideran esos diarios un invento de un dispositivo conocido como “Lem”.

Y aquí es donde más claramente aparece una referencia por la que el autor es quizás más conocido en estos pagos: la de Borges, a quien cita más de una vez e incluso ha dedicado un artículo crítico[11], relación resaltada, a su vez, por numerosos críticos de Lem. En esa veta están sus libros Vacío perfecto, compuesto de reseñas de libros inexistentes –que además, entre ellas, incluye una reseña del propio libro Vacío perfecto, lo que pondría en duda, dado que los otros libros son inventados, la existencia del propio libro que tenemos en las manos) y Magnitud imaginaria, en este caso con prólogos de libros inventados. Además del efecto paródico, Lem aprovecha aquí para ajustar cuentas literarias. Las referencias a otros escritores, a críticos y a teorías literarias son más o menos explícitas: una parodia del Robinson Crusoe de Defoe modernizado; el relato de toda la historia humana en un recorrido a pie al modo de Joyce; una relectura de El idiota de Dostoyievsky; un investigador del lenguaje animal que enseña inglés a bacterias. Hay también reseñas de un libro con el método para amoldar los argumentos de los clásicos al gusto del público y otro donde el autor hace protagonistas de sus relatos a sus lectores para que respondan ellos a las exigencias que, normalmente, recibe un autor de su público, o de una “antinovela” que busca cómo no llegar a significar nada.

En todo caso, como dice a propósito de Provocación –otro libro de Lem que se presenta como una reseña de los dos tomos de un inexistente historiador alemán que intenta rastrear las raíces del Holocausto–, esto “también es un tipo de ciencia ficción; trato de no limitar el significado del nombre de esta categoría de escritura, sino más bien, de expandirlo”[12].

Políticamente, el autor también resiste algunas clasificaciones simplistas. Sin duda no era el agente comunista infiltrado con que se perseguía Dick, pero no son pocas las lecturas que, por vivir en la Polonia sovietizada, por sus críticas al capitalismo que hiciera en nombre propio y tematizada en sus ficciones, y por algunas de sus primeras novelas donde se han identificado elementos que empalmarían con preceptos del realismo stalinista, lo han sindicalizado como “socialista”. Por su parte, también hay quienes que por sus críticas reiteradas a la burocracia soviética, tema que también aparece en su ficción y en sus entrevistas públicas (por las censura que sufrieron algunas de sus obras, por visiones de la ciencia que consideraba estúpidas como la de Lissenko, o por sus caracterizaciones del régimen como totalitario) lo presentan como un resistente defensor de la democracia capitalista occidental.

Lo cierto es que Lem, como problema literario, reconocía que toda literatura es “tendenciosa” en la medida en que todo autor es, ser humano al fin, un “litigante del proceso existencial” (y que cuando esa tendenciosidad no se reconoce a simple vista simplemente es porque se da por naturalizada); lo que caracterizaba a la ciencia ficción como género distinguible de otros, y por eso lo hacía quizás más notable, es que esos mundos construidos necesitaban explicitar, de forma argumentada, una cierta interpretación del mundo. Pero en tanto escritor, él mismo más bien se consideraba no particularmente político: “Debo confesar que no soy un escritor orientado par excellence políticamente. Mis obras nunca quisieron ser pasquines o panfletos orientados a ningún sistema político particular (al menos, no como regla general)”.

Políticamente, sus críticas al régimen soviético (en las que no hay distinción entre el socialismo realmente existente y la tradición marxista y socialista, a las que cataloga como una religión o una patología, respectivamente, en sus entrevistas) no son menos virulentas que las que tiene para el capitalismo en que todo, desde la ciencia a la literatura, se mide en torno a la utilidad y la ganancia inmediata. Si en los años de posguerra, según señala en “Reflections”, solo parecía haber dos opciones, la esperanza y la desesperación, más adelante supo definirse como un “desencantado reformador del mundo”, aunque no del todo escéptico porque no creía que “la humanidad será para siempre un caso incurable y sin esperanzas”.

En una entrevista con Peter Swirski dice Lem que

El destino de los libros es frecuentemente tortuoso y peculiar […] Sugiero que, en general, el modelo que refleja la situación es uno de interacción aleatoria, en la que una obra literaria es una molécula browniana cuyo contacto con otra molécula significa que ha encontrado un lector[13].

Con “browniana” refiere al movimiento aleatorio que presentan las partículas cuando chocan con las moléculas en un medio fluido. Podría decirse que a Lem nada de lo literario le fue ajeno: ni la exploración formal de sus propias obras, ni las producciones literarias contemporáneas, ni las instituciones literarias como la crítica o el fandom, ni las teorías sobe la literatura, ni el mercado editorial o las asociaciones de escritores; todo es material de una obra que amasó literatura, filosofía y ciencia moviéndose a través de los “choques” con un siglo convulsivo. Vale la pena entrar en contacto con cualquiera de sus “moléculas”, ya sea aleatoria o intencionalmente.

Publicado en Ideas de Izquierda


[1] Hubo una adaptación previa, en 1968, dirigida por Nirenburg, y otra a cargo de Soderbergh de 2002 –que si de algo sirve es como demostración de cómo Hollywood puede en poco más de 90 minutos arruinar algo aún cuando cuenta con libros o películas previas geniales–.

[2] Lem relata su vida en distintos ensayos autobiográficos. En High Castle, memorias de su infancia, quería, “extraer de mi vida completa la esencia de mi niñez en su forma pura: ir pelando, digamos, las capas superpuestas de la guerra, del asesinato masivo y la exterminación, de las noches en los refugios durante los ataques aéreos, de una existencia bajo identidad falsa, de escondites, de todos los peligros, como si nunca hubieran existido (“Reflections on my life” en Swirsky (ed.), A Stanislaw Lem Reader, Evanston, Northwestern University Press, 1997, edición digital. En este mismo texto menciona su participación en la resistencia a la ocupación alemana, apunta sus primeras experiencias como escritor y parte de su vida en Cracovia, donde fue repatriado luego de que su ciudad natal pasara a formar parte de Ucrania) y parte de su vida en la Polonia sovietizada. Muchos de esos episodios, se ocupa él mismo de señalar, están presentes en sus relatos ficcionales y ensayos.

[3] Citado en Capanna, Ciencia ficción. Utopía y mercado, Bs. As., Cántaro, 2007, p. 209.

[4] Lem, “Reflections on my life” en Swirsky (ed.), ob. cit.

[5] Lem, “Science fiction: a hopeless case –with exception” en Microworlds. Writings on Science Fiction and Fantasy, Orlando, Harvest-HBJ, 2012, edición digital s/p.

[6] Capanna señala, respecto a la tradición europea de la ciencia ficción, que a diferencia de la norteamericana esta no se confinó al gueto del género, sino que fue tratada como “literatura” a secas (Ciencia ficción, ob. cit., pp. 111-2). Lem parece compartirlo pero señala un cambio bajo la influencia norteamericana también en Europa.

[7] La apelación a autores de la literatura universal no quiere decir para Lem desprenderse de los problemas que presentan las producciones mediocres del género. Es precisamente lo que critica a Todorov, cuyos ejemplos son Balzac, Poe, Gogol, Hoffmann, Kafka: “El teórico ha tomado como su ‘muestra’ una que no puede traerle dificultades en la medida en que ya han pasado el examen cultural […]. Un terapista, si procediera análogamente, tomaría como pacientes a convalecientes robustos. […] Una teoría de la literatura o bien abarca a todos los trabajos o bien no es teoría” (“Todorov’s Fantastic Theory of Literature” en Lem, Microworlds, ob. cit.).

[8] Suvin, “On the poetics of the science fiction genre”, College English 3 vol. 34, 1972.

[9] Lem, “The Time-Travel Story and Related Matters of Science-Fiction Structuring” en Microworlds, ob. cit.

[10] Lem, “Reflections of my life”, ob. cit. Hay que decir que además de Swift y Borges, citados por Lem por sus parodias de diarios de viajes o enciclopedias, Cápek ya había incursionado en algo similar con su serie de biografías truchas de personajes de la historia en Apócrifos.

[11] Se trata de “Unitas oppositorum: The prose of Jorge Luis Borges” (en Microworlds, ob. cit.). Allí señala cómo Borges, en algunos de sus relatos, transforma “una parte de un sistema cultural firmemente establecido dentro de los términos del sistema mismo” –religioso, filosófico o cultural– sin cuestionar sus bases axiomáticas pero llevándolas hasta sus últimas consecuencias. Y con ello logra que el lector se haga una pregunta cuya respuesta no puede ser sino inquietante: ¿cómo diferenciamos una ontología que consideramos realista porque ha sido validada históricamente, de una evidentemente ficticia pero que podría, con los mismos parámetros, haberse podido dar? No hay forma, porque cuestionar las consecuencias absurdas de las ontologías ficticias (como que el elegido era Judas y no Jesús) llevaría a cuestionar las que consideramos reales. El procedimiento, para Lem, es la unión de opuestos excluyentes sin salirse de la lógica en que estos se oponen. Elegante y productivo como es, encierra para Lem también un problema: un “mecanicismo” que se reitera y lo limita, lo que Lem termina atribuyendo a una falta de imaginación en Borges que, como bibliotecario, buscó inspiración en lo ya escrito. Si bien la conclusión puede ser injusta, lo cierto es que estos análisis de Lem recuerdan no solo a muchas de las críticas negativas a Borges por su more geométrico, como la de Sábato, sino también a la relectura de esos procedimientos que han hecho recientemente, por ejemplo, Piglia y Horacio González. En este sentido, aunque discutibles como se han discutido en Argentina, Lem parece captar un rasgo destacado de los mecanismos ficcionales de Borges.

[12] “Stanislaw Lem, “Reflections of my life”, ob. cit.

[13] En Swirski (ed.), ob. cit.

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